La parroquia Nuestra Señora de la Soledad, construida por los primeros habitantes, es una de las múltiples historias del barrio en el libro Soledad Anónima.
El libro Soledad Anónima narra, en más de 160 páginas, fascinantes historias de los primeros habitantes del barrio Soledad San José Norte, de la localidad de Engativá. Su autor nos revela cómo además de construir las historias de sus ancestros, el ejercicio literario le permitió hacer catarsis para sanar sentimientos del pasado.
Entrevistamos a su autor.
¿Cómo nace la idea de escribir la historia de un barrio?
Se dio la oportunidad de
escribir la historia del barrio para el concurso Bogotá Historia Común en su
cuarta versión, en el año 2000. Inicialmente no estaba previsto que fuera un
libro independiente, pero cuando mi familia supo que la historia había ganado,
me animó a imprimirlo para tener una copia. Se imprimieron 1000 ejemplares que
se han distribuido entre las personas cercanas. Todavía quedan algunos
ejemplares.
¿Qué
es Soledad Anónima?
Cuando le estaba buscando
el nombre al libro, a mi hermana Gloria se le ocurrió decir que este barrio era
la Soledad anónima porque la reconocida es la de Teusaquillo. Me pareció que
era un nombre perfecto y decidí llamarlo: Soledad Anónima. Es la historia del
barrio Soledad Norte escrita a través de la historia de mi familia, como una de
las fundadoras del barrio. El contenido se remonta a la historia de mis papás,
dos campesinos que se volaron de sus respectivas casas siendo muy jóvenes y que
luego de trasegar por diferentes sitios de Bogotá como inquilinos, llegaron a
su propio caso lote en este barrio.
¿Cómo
está estructurado el libro?
Tiene ocho capítulos que secuenciales: el primero, Una Familia un barrio, habla de los antecedentes de mi familia antes de llegar al barrio; el segundo, Un barrio de constructores, relata quiénes conformaban el barrio, que en su mayoría fueron trabajadores de la construcción; el tercero, La vida en los potreros, recrea la vida en un barrio rodeado de potreros donde jugábamos beisbol, la lleva y elevábamos cometa. Recuerdo que, en el potrero del otro lado del barrio, la familia Michelsen sembraba papa y cuando la cosechaban nosotros íbamos a “rastrojear”. Ladrillo a ladrillo, es el cuarto capítulo y cuenta cómo el barrio se hizo por autoconstrucción: las familias iniciaron construyendo una habitación, baño y cocina con ladrillos, latas o cartones, según sus posibilidades. Después construyeron el segundo y tercer piso.
El capítulo Entre Golconda y La Curia narra cómo a finales de los años 60 los primeros párrocos de la iglesia fueron los sacerdotes René García y Domingo Laín, miembros del movimiento Golconda, que era un movimiento de la teología de la liberación partidaria de la revolución social para reivindicar los derechos de los pobres. Por esta posición ideológica los curas fueron estigmatizados y la iglesia del barrio fue cerrada durante varios años, nos tocaba ir a la iglesia de Florencia o de La Granja. Yo creo que por efecto de esta catequesis, hoy este es un barrio de personas mayoritariamente progresistas. Un lote de diversiones, hace recuento de cómo fue nuestra infancia y nuestros juegos. Era como vivir en el campo dentro de la ciudad. En los lotes construíamos casas en los árboles y sembrábamos frutas, tubérculos, maíz, etc. También teníamos gallinas, patos y conejos. Fue algo maravilloso. Alzando el vuelo muestra cuando nos fuimos convirtiendo en jóvenes y adultos y nos fuimos de las casas. Finalmente, está el capítulo Adios a las casas, que narra cómo en el siglo 21 los fundadores fueron muriendo y sus herederos vendieron las casas a personas de empresas y el barrio comienza a tener una transformación radical, pasando de ser residencial a ser un sector de fábricas y bodegas.
¿Qué
significó para usted y su familia este libro?
Escribir el libro fue toda
una catarsis porque mi familia, como muchas de las familias de este barrio, era
disfuncional. Muchos padres eran “borrachitos”, y mi papá, aunque era un excelente
trabajador tuvo deficiencias, ya que fue un padre maltratador y nosotros
tuvimos una infancia difícil en ese sentido. Sé que muchas de las familias del
barrio también vivieron cosas similares y por esa época eran históricas las
peleas en la calle. Entonces, evocar todo eso para mí, mis hermanos, mis papás
y mis vecinos, fue algo que removió muchas emociones. Lloré muchas veces
escribiendo el libro, pero me ayudó a perdonar.
¿Cree
que el arte de escribir genera en los autores un efecto sanador?
Totalmente. Todos al
escribir así sea una carta o un poema y al aprehender la realidad y procesarla,
nos liberamos de las cosas malas que pueden haber ocurrido, pero también afloran
a la superficie los buenos recuerdos y eso es liberador.