Urge política de
control al cambio climático
Nidia Acevedo
Botello
Comunicadora social
Sin una verdadera
cultura ambiental que facilite el cambio de percepción que se tiene frente a
los cuerpos de agua o humedales de las ciudades y por ende permita transformar
los comportamientos y relaciones con ellos, es muy difícil lograr la reducción
de emisión de gases efecto invernadero –GEI- arrojados a nuestra atmósfera, la
misma que nos permite respirar y mantenernos vivos con nuestra familia y
nuestra sociedad.
En el reciente Informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Climático –IPCC-, se
evidencia que durante el período de 2000 a 2010 (y siguientes), “el crecimiento poblacional y el crecimiento
económico fueron los principales motores de las emisiones, y sin esfuerzos
dirigidos para cambiar ello, se espera que continúen siendo los motores clave”.
En la ciudad de Bogotá, dadas las
condiciones de desplazamiento y migración interna que se viven dentro del país
como consecuencia del conflicto armado y de las erradas políticas económicas
que han dejado sin trabajo a los campesinos y los ciudadanos de provincia, se
ha experimentado durante los últimos cinco años un incremento gigantesco de su
población. Ciudadanos que vienen en búsqueda de nuevas oportunidades de vida,
pero que no conocen el arraigo de la ciudad y su intrínseca relación con el
agua.
Cuenta la leyenda que
Hace más de 20.000 años la Sabana de Bogotá era un gran lago que sufrió el
quebrantamiento de uno de sus bordes y se desaguó en lo que hoy conocemos como
el Salto de Tequendama, dejando en la sabana bastos cuerpos de agua convertidos
en quebradas y humedales. La ciudad fue fundada en un sitio que ofrecía
ventajas para la instalación del caserío inicial, ya que gozaba de quebradas y
arroyos de aguas cristalinas que descendían de las cuencas formadas por los
cerros orientales. El terreno no presentaba inundaciones durante la temporada
de lluvia, pues el exceso de agua era recogido y almacenado naturalmente por
lagos y humedales. Para finales del siglo XVIII el problema sanitario de la
ciudad se agudizó a causa del crecimiento de la población, que alcanzaba los
20.000 habitantes. No había redes de acueducto, alcantarillado ni sistemas de
recolección de basuras adecuados. Simplemente se arrojaban y vertían los
desechos de la ciudad en caños, plazas y calles, o en los ríos San Francisco, Tunjuelo,
San Agustín, Fucha y Arzobispo, y a través de ellos eran transportados hasta
los lagos y humedales del occidente de la ciudad, para luego desembocar en el
río Bogotá.
Hoy, viven en la
capital cerca de 8 millones de habitantes, que utilizan aproximadamente dos
millones de vehículos y arrojan alrededor de 6.500 toneladas de basura diarias,
de las cuales cerca de 2.000 van a parar al río Bogotá a través de sus a
afluentes. A las basuras, se les suman otras prácticas anti-ambientales como
las conexiones de desagües de residuos sólidos, la desecación de los cuerpos de
agua para la construcción y la falta de educación a los ciudadanos y de
mantenimiento a humedales, quebradas y redes de alcantarillado. Lo anterior,
reafirma lo plasmado en el informe del IPCC, donde relaciona que “los científicos están entre un 95% y un 100% seguros de que los
humanos causaron la mayor parte del cambio climático desde 1950”.
Por tanto, “sin una estrategia agresiva
de mitigación para reducir la emisión de gases de efecto invernadero en este
siglo, la temperatura estará encaminada a aumentar más de 2 grados centígrados
para 2100. Esto llevaría a cruzar un umbral de calentamiento catastrófico con
consecuencias globales devastadoras”. Estrategia que sin lugar a dudas debe
involucrar autoridades, ciudadanía, organizaciones, academia, medios de
comunicación y diversos sectores de la sociedad.
Mientras no se dé una decidida
intención de socializar y aplicar prácticas claras y concretas que transformen
las acciones humanas por otras más amigables con el medio ambiente y que
propendan por la reducción de los GEI, continuaremos viendo el incremento
desmedido de la frecuencia y la intensidad de lluvias intempestivas con
tormentas y sus consabidas inundaciones, el incremento de la temperatura global
que haría imposibles actividades normales como cultivar o trabajar en la calle
y el aumento de infecciones respiratorias que colapsan el precario sistema de
salud existente y paralizan la actividad laboral, amenazando con llevar a la
tumba a niños y personas mayores, los más vulnerables.
El exsecretario
general de la Organización Meteorológica Mundial, Michel Jarraud, destacó
recientemente que el informe del IPCC puede considerarse “el mayor
informe de toda la historia de la ciencia”. Jarraud fue categórico en su
discurso: “Tenemos suficiente información ahora; el cambio climático ya no
puede ser ignorado; no hay excusa para ignorarlo”. Vaya gigantesco compromiso y
responsabilidad que cae sobre nuestros hombros. Ojalá los robustos presupuestos
destinados a otras ejecuciones, también lleguen a la implementación de estrategias de mitigación
al cambio climático, por el bien de la actual y la futura población.