Incrustado entre la selva de cemento en la que se ha convertido Bogotá, frente a la estación de La Granja-carrera 77 y al occidente del Minuto de Dios, un sosegado territorio ofrece a propios y desprevenidos extraños, hermosos jardines con zonas de descanso y esparcimiento. Un lugar que nadie imagina existe a pocos pasos de la acelerada calle 80.
El barrio La Palestina fue creado por la sociedad San Vicente de Paúl en los inicios de la década de los 60. Está compuesto por 330 casas construidas en cinco etapas, cada etapa con su respectiva zona verde. Limita al norte con el barrio Tisquesusa, al oriente con el Minuto de Dios, al occidente con la urbanización Afidro y al sur con la calle 80 y el barrio La Granja. El alto sentido de pertenencia de sus habitantes, la gestión de la Junta de Acción Comunal y la inclusión de sus líderes de antaño se ven reflejados en sus zonas verdes, en sus calles, en su salón comunal y en las fachadas de sus casas. No obstante, se encuentran estancados en un limbo jurídico porque las zonas comunes, como el parque principal, pertenecen aun a la sociedad San Vicente de Paul lo que impide que sean mejoradas con recursos públicos, pero tampoco reciben inversión ni apoyo de esta Sociedad. Un limbo, que la comunidad palestina exige sea desentrabado en la brevedad del tiempo para poder salvar del deterioro sus parques y ofrecer espacios deportivos dignos a sus residentes y visitantes.
Muchas historias y un solo destino
Recorriendo las calles de La Palestina encontramos algunos de sus habitantes fundadores quienes nos ayudaron a construir la historia con sus relatos espontáneos y generosos. Eduardo Ríos Villamil, por ejemplo, recordó que las casas entregadas por la Fundación San Vicente de Paúl tenían una sola planta y venían dotadas de estufa y calentador. La cuota inicial fue de 5.000 pesos y las cuotas mensuales de 207. "El barrio quedaba muy lejos, el paseo familiar era venir a conocer la casa. Recuerdo que al frente había un bosque precioso de eucaliptos, donde hoy queda el colegio La Palestina y el Cooperativo y más al norte, donde queda Afidro, era el club de Millonarios”. Así mismo, explicó que en la carrera 77 se encontraba la última estación del Trolly y en la zona aledaña al humedal Santa María del Lago quedaban los patios de este sistema de transporte. Por su parte, el expresidente de la Junta de Acción Comunal, Julio Roberto Alba Pulido, rememoró sus épocas de taxista cuando la ciudad llegaba hasta el barrio La Granja y para ir a Suba había que transitar una trocha que cuando llovía no se podía pasar. Su casa se la agradece a Yolanda Pulecio, quien lo indujo a presentar la solicitud a la sociedad San Vicente de Paul. En el sorteo de asignación le tocó de primero por su apellido. “Quedamos pagando 207 pesos y después nos pasaron esa cuenta al Instituto de Crédito Territorial, la última cuota costó lo mismo que la primera, no hubo intereses”. Pocos años después de asignadas las primeras casas, los precios se dispararon y ya en 1969 la cuota inicial costaba 22.500 pesos. “Era un platal”, dijo Carlos Osma Fajardo, quien nos compartió su historia: “Soy un hombre de radio y atendía eventos y espectáculos. En una ocasión, un amigo entre aguardientes me comentó que estaba feliz porque le habían adjudicado una casa y me invitó a hacer el trámite. Hice la solicitud en la sociedad San Vicente y al cabo de un año me llamaron a decirme que habia salido favorecido en el sorteo”.
Una generación marcada por el deporte
En los años 80 y 90 La Palestina era famosa por los campeonatos de baloncesto y microfútbol. El deporte integraba a la comunidad y a la mayoría de los muchachos con los jugadores de “millos”. Nombres como el de Eduardo Porras, el “Bombillo” Castro y Otoniel Quintana, entre otros, son recordados con cariño. “Hacíamos intercambio deportivo, eran campeonatos muy reñidos, pero con altura y elegancia, con gente de muy buena calidad técnica”, evocó Carlos Osma Fajardo. Igualmente, recordó cuando llevaban los refrigerios que quedaban de los eventos, para los niños que practicaban deporte en el barrio. Desafortunadamente, en la actualidad los escenarios deportivos del barrio presentan alto grado de deterioro y los residentes dicen que así es muy difícil motivar a los jóvenes para que hagan ejercicio y se alejen de los problemas.
La
casa que se convirtió en salón comunal
El salón comunal fue una casa que la sociedad de San Vicente había recuperado de una señora que se atrasó en las cuotas, a finales de los setenta. El dinero lo prestó Bárbara de Mejía, presidenta de la Junta de Acción Comunal en ese entonces. En el año 1984 el ingeniero Juan José Senior Martínez junto con el hijo de la señora sastre, lo diseñaron y construyeron. “El departamento de acción comunal nos adjudicó materiales para la cimentación y luego nos auxilió para construirlo”, explicó Senior, quien fue residente y presidente de la Junta de Acción Comunal. La casa se reformó con dos baños y una biblioteca, la escalera cambió y en el segundo piso se hizo un salón grande con tarima y una oficina, también se realizó el cerramiento”. Sin embargo, con el paso del tiempo el salón fue invadido por una familia que lo habitaba sin contrato de arrendamiento y, al parecer, tenía un proceso por expendio de drogas, poniendo en riesgo de extinción de dominio al inmueble. Recientemente, gracias a la unión de la comunidad se logró su recuperación y en plena pandemia la Junta de Acción Comunal organizó actividades que permitieron recaudar fondos para arreglarlo. De esta manera, hoy La Palestina cuenta con un salón remodelado, organizado, asegurado y muy agradable.
Pioneros
en seguridad
En 1984 La Palestina fue pionera en tener una patrulla de policía estacionaria, cuando las famosas “pitufas”. La comunidad arregló un Volkswagen brasilero adecuándolo para un CAI móvil y lo ubicó en la calle 80. Posteriormente, bajo la presidencia del señor Alba se promovieron las alarmas comunitarias y los frentes de seguridad, pero el mal uso por parte de algunos residentes desvirtuó el sistema. “Recuerdo a Rodrigo el panadero, que al final del día encendía la alarma para poder pasar con el dinero hasta su casa sin que lo robaran”, recordó el ingeniero Senior.
Una pequeña
y gran mujer recuperó el colegio
Hablar del colegio distrital La Palestina obliga a hablar de la señora María Romero. Sin lugar a dudas una líder de armas tomar, que se enfrentó al clero y a autoridades nacionales, distritales y locales para lograr su objetivo: recuperar los terrenos destinados para la educación gratuita de los niños y jóvenes del sector. Al parecer, el mayor obstáculo es un colegio Cooperativo que ha estado por muchos años posesionado del lugar. “Iniciamos dotando a la escuela de teléfono, luz, agua y pavimentación, con nuestro propio esfuerzo y recursos, sin embargo, en enero cuando llegaron los padres a matricular los niños encontraron un aviso que decía: No se reciben niños para escuela, esto es un colegio privado. Sentí una bofetada”, narró María Romero. Fue así como la comunidad de padres de familia liderada por la señora Romero se organizó, a mediados de los años ochenta, para exigir educación pública gratuita en dichas instalaciones. “Llevamos dos buses llenos de padres de familia hasta la secretaría de educación, me reuní con Néstor Forero Alcalá, secretario de entonces, quien nos dijo que alistáramos la gente para tomarnos el colegio ese día a las 10, con tan mala suerte que ese mismo día murió sobre su escritorio”. No obstante, la insistencia de la comunidad y el apoyo por parte de los medios de comunicación, dieron como resultado que la secretaría de educación aprobara el uso del lugar para la escuela La Palestina. “Nos tocó matricular a los niños afuera, en el barrial, pero la lucha no terminó ahí, después hubo que gestionar más de tres meses para que llegaran los profesores”, explicó la señora Romero. Hoy, el colegio distrital La Palestina comparte terrenos con el colegio Cooperativo, frente a la estación de La Granja, donde muchos sueñan con erigir la universidad pública para los engativeños.
La orfandad de las zonas verdes
La Palestina ha vivido en un limbo jurídico que no le permite recibir recursos estatales para mejorar sus zonas verdes y calles peatonales. Durante su mandato como presidente de la JAC, Julio Roberto Alba hizo seis solicitudes a la alcaldía, “pero al revisar los documentos encontraban que las zonas verdes figuran a nombre de la sociedad de san Vicente de Paul, porque en más de 60 años no se les han pasado oficialmente al distrito”. De acuerdo con Alfredo Sierra, presidente saliente de la Junta de Acción Comunal, la Sociedad omitió el Decreto 195 de 1961 el cual orienta a los constructores a entregar las zonas de cesión al distrito, dejando la población a su suerte con sus parques bastante deteriorados sin posibilidad de inversión pública. Por ese motivo, perdieron una inversión de cerca de 870 millones en la pasada administración. Según los dirigentes barriales, recientemente la sociedad de San Vicente radicó un documento donde presenta la intención de entregar estas zonas al distrito, sin embargo, una cuantiosa deuda por concepto de impuestos junto a la ausencia de documentos soporte, al parecer, tienen enredado el proceso. “Próximamente vamos a presentar una Acción Popular para exigir el cumplimiento de la norma que ordena al distrito la aprehensión de las zonas de cesión, cuando el urbanizador no entrega en el tiempo autorizado”, concluyó Sierra.