Es claro que todo el sistema político, económico y social de nuestra nación está permeado por la corrupción. Es decir, quienes integramos nuestra sociedad, estamos inmersos en el engranaje de la corrupción. Todo tipo de institución “santa o profana” está traspasada por la corrupción. Estamos enfermos. Desde niños se nos ha inoculado la idea de la viveza entusiasta, que se traduce en el “no dejarse de nada ni de nadie”, haciendo uso, si es preciso, de ataques preventivos; la trampa es astucia, el aprovecharse de los demás es ingenio; el dinero fácil es emprendimiento… no importa el cómo, lo que importa es el qué. Se dice: “no sea pendejo y hágale, sin agüero, túpale papá… “Todo vale”. Y lo peor, nos creemos los más “verracos” del mundo, sabiendo que la verraquera la tienen todos los seres humanos sin distingo de nacionalidad, etnia o variado tipo de conglomerado. Sí, creídos hasta el engreimiento sarnoso del orgullo patrio… La humildad de nuestros ancestros se nos olvidó.